Expelidos al territorio donde moran los más de entre los mortales, nos vemos abocados a la nada gratificante tarea de hallar morada. Sí, inmobiliarias, propietarios, cambalaches, contubernios y demás entes provocadores de dolor de cabeza.
Ante semejante tesitura caben varias posibilidades morales. Después de sopesar y abandonar -parece que totalmente- la idea del suicidio ritual, tan sólo queda la búsqueda. Yo considero más factible el desarrollo de un prototipo pseudo-humano capaz de llevar a cabo tan arduo quehacer por sí mismo, que topar con la tan merecida morada digna de un alma lánguida y de unos huesos mortales. Pero, congéneres, el tiempo apremia y nos hallamos sumergidos en una espiral destructiva y kafkiana: llama por teléfono, consulta la web, concierta citas, ilusiónate y decepciónate. Todo ello ad infinitum.
Nos constriñe un vago aire de fatalidad que me niego a asumir, así que divido mi tiempo entre buscar morada y pedir a mis deidades conservar una brizna de salud mental. Y es que, amigos, ciertos zulos exigen una tirada de cordura cuando almas sensibles, como las nuestras, se adentran en ellos.
Abdico -o no- pero voto a bríos que si alguien me encuentra piso, le gratificaré con unos euricos, un polo drácula y una colección completa de películas de Marisol, Joselito y Pablito Calvo.
Queda dicho.
Suscriben: Lánguida Desterrada y Maldito Deportado
No hay comentarios:
Publicar un comentario