y los libros hablaban y hablaban
pero Dios iba diciendo
pronto se acabará el mundo

Leopoldo Panero

04 junio, 2009

"Y"

Prometo que no ha sido premeditado, pero me he descubierto exactamente un año después, tras 365 variables días, en el mismo lugar, el mismo café, con un sentimiento con el mismo final pero distinta experiencia. Otra necrólogica, pero de distinto cariz. Una constatación de un cadáver que en este caso no soy yo, sino la extraña criatura que nace, se reproduce e indefectiblemente muere en el devenir de una relación. Se le ha dado muy diversos nombres a lo largo de la historia -pasión, enamoramiento...-, yo lo llamaré Y. A los actores otrora protagonistas X y Z.
El día reciente en que Y murió, desapareció cualquier vínculo entre X y Z. Quizás algún estudioso del abecedario considere que un salto tan nimio como una letra es algo perfectamente franqueable. No en el caso de que desaparezca Y. Y es la conjunción copulativa por excelencia. La única capaz de conjugar y amalgamar dos sujetos, actos, hechos; por inmiscibles que parezcan. Sin Y, X y Z (nótese como pese a hacerlo en su versión minúscula debo recurrir a lo ausente -crueldad del destino-) no podrán acompasarse ni encontrar ningún recinto común, habrán perdido cualquier percepción el uno del otro. X,Z ya no son. Ya nadie que los vea podría deducir nada del otro. X no podrá decir nada más de Z. Además Z, por su caracter alfabéticamente crepuscular no volverá a mirar atrás. De hacerlo nada hallaría que le pudiese acercar a X. "Y" era primordial, sin su existencia nada podrá ser. Un día lo que Z creía "Y" se reveló como un vago simulacro. Hacía tiempo que la existencia de "Y" para X era imaginaria. De la importancia capital de "Y" cualquiera puede ofrecer testimonio. Todos hemos sufrido pérdidas de algo que con su ausencia torna otros entes en ridículos, quizás incluso en imposibles. El que deja de fumar ya nunca observará una indefensa taza de café negro sin evocar la ausencia del tan necesario gesto que hace una mano que fuma a la hora de aseverar. La prohibición -por salud mental- de apostar a la ruleta convierte en un revólver que nos encañona cualquier referencia al juego, al casino (Ah, vosotros que desconocéis la bestia...). Nunca más XyZ, ni siquiera X y Z, ni tan sólo
X
y
Z.

Ahora:
X.
Z.



El único fin posible, el mejor colofón posible, este video.